Félix Andrés Urabayen Guindo nacido en Ulzurrun (Navarra) el
año 1883, llega a Toledo a finales de 1911, después
de haber ejercido como maestro en su tierra, llegando a ser
Director de la Escuela Normal de Toledo. Destacó como
novelista. Colaborador de periódicos como El Sol y El
Castellano en los que plasmó numerosas narraciones sobre
costumbres y paisajes toledanos. Fue uno de los personajes más populares e influyentes en la ciudad de Toledo del primer tercio del siglo XX, donde desarrolló una gran actividad derivada tanto de su compromiso político como de su vocación de periodista y novelista
Portada del libro de
Urabayen
|
|
Don Amor volvió a Toledo, publicada en 1936 (1), ha sido considerada por la crítica como una de las mejores novelas de la España de su tiempo y, sin duda, un clásico de la literatura toledana. En ella expone Urabayen su ambigua relación con Toledo, fundiendo su amor por la ciudad con la crítica al inmovilismo tradicional de la sociedad toledana en la que las fuerzas conservadoras se resisten al progreso. A través de arquetípicos personajes toledanos, representó los vicios y virtudes de la ciudad.
Uno de estos personajes es Leocadia, de la familia de los Meneses de Orgaz. La primera llegada de Don Amor a Toledo, la ciudad de los tres amantes (el godo, el árabe y el judío) tuvo lugar una Cuaresma en tiempos del Arcipreste, y la segunda, que es el objeto de esta novela, fue en el siglo XX, cuando Don Amor vino para cautivar el corazón de Leocadia, nombre y personaje representativo de los valores eternos toledanos.
El ficticio origen orgaceño de la familia Meneses en la novela es una invención de Urabayen. Es fácil pensar que se le ocurriera esta evocación de Orgaz conociendo algunas de sus apreciaciones sobre la villa de Orgaz, “solar de viejos hidalgos, todos de línajudo abolengo”, volcadas en su obra Estampas del camino, apreciaciones que tienen que ver con esos valores eternos que va a representar Leocadia en la novela.
Con la invitación a leer Don Amor volvió a Toledo , traigamos aquí el final del prólogo, uno de los fragmentos más líricos e inspirados, en el que el autor menciona a Leocadia Meneses, de los Meneses de Orgaz: |