Villa de Orgaz > Orgaz en los textos > Textos literarios

Villa de Orgaz

ORGAZ EN LOS TEXTO
Textos literarios

Viaje a la aldea del crimen


Ramón J. Sender


En enero de 1933, el periodista y novelista Ramón J. Sender (1901-1982) viaja en avión desde Madrid para reconstruir, como enviado especial del diario anarquista La Libertad, uno de los episodios más lamentables de la Segunda República ocurrido en la aldea gaditana de Casas Viejas: la brutal represión de la Guardia de Asalto ante el intento de los jornaleros anarquistas de la CNT (Confederación Nacional del Trabajo) de instaurar un comunismo libertario que los haga dueños de la tierra, acaparada por propietarios de origen feudal como el duque de Medinaceli, el mayor terrateniente de la época. Este episodio de represión criminal de los pobres se convirtió en un hito del siglo XX español, gracias en parte al esfuerzo de Sender y otros por revelar lo ocurrido en Casas Viejas, que se convertirá en seña de identidad del movimiento campesino y anarquista.
Nada más ocurridos los hechos el joven reporteo emprende viaje a Casas Viejas. Su relato empieza contando ese viaje en avión de Madrid a Sevilla, transporte novedoso para la época y al alcance de pocos, lo que le da ventaja sobre otros reporteros.
Con su prosa de enorme vigor descriptivo, explica cómo al ir tomando altura el aparato el viajero ”contempla el paisaje, que va dejando de serlo para convertirse en mapa”. En el capítulo que reproduzco, Sender describe ese ”mapa” que observa desde la altura en su viaje aéreo hacia el sur, disfrutando con la identificación de las localidades que va sobrevolando, una de ellas Orgaz, única que reconoce al sur del Tajo.


En el avión postal. —Tiempo y velocidad. —Hemos ganado cuatro días.

 
   

Lo que salva al viajero del trimotor es el zumbido de los motores. El alma del acero canta en los nervios del que viaja. Cinco minutos después de oír esa canción se olvida la sensación del autobús, del vagón —imágenes de gravidez contra este milagro de estar en el aire—, y se contempla el paisaje, que va dejando de serlo para convertirse en mapa. De chicos hubiéramos aprendido la geografía —hidrografía, orografía, cuencas y alturas— por este sistema del avión, maravillosamente, lejos del rencor azul o violáceo de los atlas.

Por la ventanilla van desfilando las estepas ocres de la Mancha. Un minuto vuelve aún el recelo: «¡Qué seguro estaba Don Quijote en la silla de Rocinante y hasta en las aspas del molino!» Pero en seguida también otra reflexión: «Si hubiera podido volar, como nosotros, su imaginación no hubiera ido tan lejos. Basta con que vuele el cuerpo.» Y, sin embargo, es posible esto de volar dentro del vuelo material. Se puede volar entre los cristales del avión como una mosca. Cuando la imaginación del siglo XVII se ha hecho técnica —avión—, todavía la imaginación puede escapar en busca de metas nuevas. Cuando el paisaje se ha hecho mapa, a mil metros de altura, todavía podría hacerse esfera a cien mil metros. Sí. Se puede volar dentro del avión, bajo el alegre zumbar de los motores. Se puede soñar dentro del sueño. Soñar que se sueña. El mapa desfila hacia atrás más despacio. Volamos más alto cada vez. Cuanto más altos, la sensación de velocidad se atenúa más. Y, sin embargo, debemos ir más deprisa, porque la atmósfera es menos densa, la sustentación y la estabilidad más fáciles, y también porque la línea que describe el avión en su ruta es más recta, menos pegada a la curvatura del horizonte, menos paralela a la curva de la superficie.

Por abajo desfilan los campos de Illescas. ¿Dónde estarán aquellas dos chicas infanzonas de la belleza absoluta? Tenían una belleza valiente. La virilidad de los aristócratas españoles se ha refugiado en sus mujeres, en sus hijas. Sólo en ellas la aristocracia no es decadente. Y Toledo. Estamos sobre el Tajo. Abajo, Orgaz. Como no recordamos ninguna toledana, la indiferencia por esa escombrera obscura es total. Avanzamos hacia Andalucía. Vamos al Sur. En los viajes deprime un poco la ruta hacia el Sur. Estimula y alienta, en cambio, el camino del Norte. ¿Tendremos algo de brújulas, de agujas imantadas? Sur, tierra caliente, languidez, sudor y ensueño. En los trópicos,  la vida es más rápida y el pensamiento más confuso. Se descompone con facilidad. Queremos rapidez para caminar, no para vivir. Y diafanidad y temperatura constante e invariable en el pensamiento. Ciudad Real, Almadén, Puertollano. Minas y mineros. Cimas negras de carbón y lentos hormigueros de explotación y de miseria. Llevamos algo más de una hora de viaje y hemos hecho la mitad del camino. Ante el mapa de ruta volvemos a adquirir conciencia de la velocidad. El mapa en la mano derecha y el reloj en la izquierda, bajo el zumbar de los motores, resumen todas las ciencias posibles, todas las abstracciones. Y encima, el caliente azul soleado.

Tiempo y velocidad. Dos conceptos inseparables y en lucha. Si pudiéramos acelerar la velocidad, aumentar las pulsaciones de los motores hasta alcanzar un ritmo suficiente, venceríamos al tiempo. No sólo al de los relojes, sino al de la Luna y el Sol. Si pudiéramos en este avión dar la vuelta al planeta en menos de veinticuatro horas —aunque sólo fuera en veintitrés horas cincuenta y cinco minutos—, al cabo de varias vueltas en dirección opuesta al Sol, le habríamos ganado al tiempo una hora, y siguiendo así podríamos retroceder algunos días y hasta años. La biología no es fiel al tiempo abstracto; si no, podríamos incluso volver a la infancia. Pero ya hemos dicho que se puede volar en el vuelo —y no sólo como la mosca, entre los cristales del avión— y soñar en el sueño. Entre Córdoba y Lora del Río, recién salvada la sierra de Almadén, podemos soñar lo que nos plazca. No se ponen límites al ensueño, como al equipaje. Quizá la imaginación de los viajeros cuente algo en la ingravidez del avión. Adormecidos en la butaca pensamos que el avión logra alcanzar esa velocidad milagrosa. Que nos hemos separado de la ruta y marchamos hacia Oriente. La velocidad amenaza incendiar las cabinas por el roce con el aire, como sucede con los aerolitos. Quizá hemos dado ya una vuelta al planeta y vamos por la segunda o la tercera. Así transcurre la última hora de viaje. Ha podido ser, en lugar de una hora, un año, porque nos hemos dormido de veras. La sensación de descenso nos despierta. Hemos llegado. Estamos en Sevilla. ¿Cuántas vueltas hemos dado al planeta? ¿Qué tiempo hemos ganado? Alguien dice casualmente una palabra, y otro la repite. Unos empleados firman en unos papeles:
—Cuatro.
¿Habremos ganado cuatro días al tiempo? Eso queríamos nosotros, por lo menos, para llegar a Medina Sidonia y a Casas Viejas con tiempo para presenciar lo que ha sucedido ya. Al salir, un calendario nos da la razón en la consigna. Hemos llegado cuatro días antes.
Salimos del aeródromo en un automóvil. ¿Estamos en Sevilla? ¿No habremos ido a parar a Sumatra o a Ceylán? Tantas vueltas al mundo han podido despistar a los pilotos. Pregunto al chófer si hay noticias de Medina Sidonia. El chófer, ajeno al ensueño de la lucha con el tiempo, replica con vivacidad:
—¿Noticias de Medina Sidonia? Allí no ocurre nunca na. Si preguntara usté siquiera por el Puerto de Santa María...

El chófer es de esta última ciudad, y quisiera que todo el mundo se interesara por ella. Pero todavía no puedo asegurar que esté en Sevilla. ¿Estamos, efectivamente, en Tablada? ¿Cerca de Sevilla? El chófer va apretando el acelerador y nos deslizamos con rapidez. De pronto vuelve la cabeza a medias, guiña un ojo, señala hacia el asfalto adelantando la mandíbula y aprieta más el acelerador:
—¡Podridita que está la carretera!
Estamos en Sevilla. ¿Y el tiempo?
El tiempo no cuenta en Sevilla. ¿Y la velocidad? Tiempo, velocidad y espacio las lleva el chófer junto al volante, en unas esferas con inquietas agujas negras. Y apenas le han servido para un gesto de suficiencia. La carretera no está podrida, ni mucho menos.

_______________________

Fuente: SENDER,  Ramón J. : Viaje a la aldea del crimen .-- -Barcelona: Libros del Asteroide, 2016.

Sender estuvo en el lugar de los sucesos tres días después de los hechos y reconstruyó todo el proceso, publicándolo en tres ocasiones, con multitud de variantes:
- en el periódico La Libertad (enero de 1933) por entregas;
- en el libro Casas Viejas (febrero de 1933);
- y en otro libro titulado Viaje a la aldea del crimen (febrero de 1934).
El afán de Sender por reescribir la historia da cuenta de su voluntad por difundir lo sucedido en Casas Viejas.
En el año 2000 se hizo la reedición que cito, con un interesante estudio premilinar de Ignacio Martínez de Pisón.

Debo este texo a mi hermano Jósé, Gracias!


Volver a Personajes
Volver a la seccion "Textos literarios"

Creative Commons License Los contenidos de esta web estan bajo una licencia de Creative Commons .

Creación: marzo 2016 / Última modificación: