Cabalga el Cid valeroso
Y se aleja de Toledo,
Buscando de amor la playa
De hacer reposar su cuerpo.
Viste su traje de guerra:
Calza espuelas, cuyos hierros
Truecan del trotón al paso
En temible huracán recio.
Pendiente de su cintura
Dando vaivenes, soberbio,
Lleva un largo toledano,
De victorias mensajero.
Le siguen varios donceles
De castellanos tercios
Y más que hábiles jinetes
Parecen raros espectros.
La luna alumbra el camino:
Y aunque los troncos del suelo
Fingen medrosos fantasmas,
Ninguno demuestra miedo.
El que camina, delante
Abrasado lleva el pecho
Por la irresistible llama
De su amoroso deseo.
Y no ver por donde pasa,
Las duras piedras moviendo,
Ni obstáculos ni peligros.
¡ gran mengua pensar en ellos !
Terror de la infiel morisca
Cree caminar por los vientos,
Y con paso de gigantes
Busca el paraíso ameno.
Los pocos que le acompañan
Son fieles, y son de acero
Templado en la fragua misma
Da su inimitable ejemplo.
Así que...
Que recorre el firmamento
Sin que pequeña molécula
Se pierda en el campo aéreo
Cruzan llanuras y valles
Donde alteran el silencio
De la noche, los murmurios
De serranos arroyuelos.
Y antes que en el horizonte,
Aparezca el rubio Febo
Llegan de Orgaz a los muros,
Guardados por orgaceños.
A la voz del Cid, las puertas
Sin dilación se abrieron
Apearonse los donceles;
Rodrigo fuese mas adentro
Atravesando callejas
Acércose al aposento
De su adorada Jimena
La orgaceña de mas precio
Que aguarda toda la noche
Al invencible guerrero
Y entablan los amantes
Diálogo sencillo y tierno.
Lo que entre ambos se dijeron
Lo escucho tan solo el cielo:
¡diálogos de enamorados
Siempre es fácil suponerlos!
La aurora con rojas tintas
Comenzó a dorar los cerros
Donde simulan vigías
Los molinos harineros.
De la feliz entrevista
Los dos héroes satisfechos,
Jimena diose al descanso,
Rodrigo, al punto partiendo
Con sus nobles servidores,
Que cual siempre le siguieron
Tomó de la corte gótica
Los frecuentados senderos.