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Villa de Orgaz

TEXTOS SOBRE ORGAZ

El pintor Fray Juan Sánchez Cotán. (1993)

E. Orozco Díaz

 

El Profesor Orozco en su magnífica monografía dedicada al pintor orgaceño,
hace esta descripción de nuestra villa.

 

Nace Juan Sánchez Cotán, en 1560, en Orgaz, una vieja villa del sur de la provincia de Toledo, distante cinco leguas de la capital. En esos años esta villa había perdido mucho de su pasada importancia y grandeza medieval. El recuerdo de este noble pasado nos hace

Vista de Orgaz
Orgaz

pensar en el virtuoso señor de Orgaz inmortalizado por el Greco en el gran lienzo de la iglesia toledana de santo Tomé, donde le vemos en el momento en que milagrosamente san Agustín y san Esteban le están dando sepultura por sus muchas bondades. Y todo ello nos lo hace evocar -al contemplar el pueblo, la visión impresionante de un enorme y plomizo castillo que parece aplastar con el peso de sus piedras berroqueñas y de sus muchos arios, el bajo y modesto caserío y tapiales que se extienden como derramados por la llanura. El templo parroquial -hoy gallarda y briosa torre del último churrigueresco- fue dedicado también -como la citada iglesia de Toledo- a santo Tomé apóstol. El pueblo en la época de Cotán, seguía perteneciendo al Conde de Orgaz, quien ponla y daba su salario al alcaide. A él correspondía, pues, la jurisdicción de la villa y las rentas que le producía valdrían unos cuatrocientos o quinientos mil maravedíes.

Toda esa información se recoge, entre los varios puntos a que tuvieron que contestar los vecinos nombrados con dicho fin, en la Relación hecha en 1576, «en respuesta de los capítulos en que en nombre de Su Magestad se piden para la descripción e historia del reino de España», esto es, de Felipe II (1). Al describir la villa, hablan de esa fortaleza dentro de los muros y también de cómo estaba cercada «de una muralla de tierra de ancho de cinco pies y de seis varas de alto, aunque por muchas partes estaba caída». Y también mencionan en la plaza «una torre, la cual en su manera parece antiquísima. ..fabricada de piedra berroqueña y cal... de treinta varas de largo y trece de ancho... muy arruinada». Las casas en su mayoría -dice la relación- «eran con altos y baxos»; «los materiales de que están edificadas con piedra berroqueña, los cimientos con cal y arena, son de tapiería y hormigón ... » «excepto la madera -dice- que se tray de Cuenca».

La vecindad de Orgaz en esa fecha era de setecientos vecinos poco más, de los cuales -dice la relación- trescientos habian aumentado en veinte y cinco años. La mayor parte de ellos eran labradores; y nos precisa el mismo escrito: «hay hidalgos como quince o veinte de ellos; hay algunos mozárabes que disen ser esentos de pecherias». La vida de la villa respondía a ese tono de modesto nivel social, sin nada de lujos ni excesos de bienes de ninguna clase. Como se dice en dicha relación «la gente de la dicha villa tienen medianamente lo que han menester y viven los más de labor y obraje de lana y lábranse paños veinticuatrenos pardos y blancos y muchas xerguillas frayleras»... Lo esencial de la cosecha que se recogía era «medianamente trigo y candeal y cebada»; además «tienen mucho ganado ovejunos y cabrios que abundan por los contornos». Aunque dice, «tennía abundancia de leña para la vecindad», había de proveerse de ella «de un monte pardo baxo que tiene al mediodía, en el cual -agrega- se crian perdices y conejos». Este monte es la élevación más importante que se alza suavemente en la visión de horizontalidad con que se nos ofrecen el pueblo y su contorno.

Autorretrato de Juan Sánchez Cotán
Autorretrato de Juan Sánchez Cotán
(1º a la derecha)

A la vista de este adusto paisaje -y de este modesto vivir- como tantos otros castellanos, se explica bien el surgir de un arte tan honrado, sencillo y tranquilo como el de Cotán, y también, el arranque espiritual de un alma que luchando por no atenerse y hundirse en lo terreno, mira ansiosa hacia el cielo y mira también a la humilde realidad que le rodea, con el cariño y amor de quien encuentra en sus perfecciones y bellezas un escalón para mejor ascender hacia la divinidad que busca.

La mirada de niño de Juan Sánchez Cotán recogió, pues, de una parte, la vida tranquila y apagada del pueblo, ya venido a menos, y de otra contemplaría gozoso los sencillos quehaceres del campo -de abundantes cosechas de trigo y de vino- con la alegría tranquila de los estíos en las eras y los otoños en los viñedos; todo bajo una luz clara e igual, sin matices ni color, acentuadora de la monotonía y orden de su paisaje, de espesos trigales, geométricas hileras de viñas y unos muy escasos grupos de grisáceos olivos. La sobriedad de ese adusto paisaje se refuerza con la nota gris del granito que asoma espaciadamente en algunos puntos de la llanura. Con ello nos acentúa la sensación de que todo, sembrado, caserío y tapiales está hundiéndose en la tierra. Esa misma sencillez y parquedad de sólo lo suficiente encontraría en el hogar, en la mesa, en el ajuar y en las ropas. Y de allí pudo ya arrancar el amor de Cotán a lo humilde y a lo natural y elemental que ostenta su pintura; todo unido al vivir acompasado de ese inmenso campo al que el pueblo, con sus bajos y largos tapiales, parece entregarse sin fuerzas. Esta profunda experiencia y sentimiento de vivir de cerca el ritmo de la naturaleza, quedaría en su sensibilidad infantil como un sedimento que resurge vigoroso en su vida de cartujo; primero -tras breve estancia en Granada- rodeado de las altas montañas, que se encumbran en el pico de Peñalara, y envuelto por la espesura y frondosidad del valle en que se asienta el Paular; y más tarde -vuelto a la cartuja andaluza- al sentirse inmerso en el lujurioso paisaje granadino todo frondosidad, color, variedad y brillantez contrastando con el gran fondo de Sierra Nevada. Y en algo puede explicarnos también su vida de niño en Orgaz la morosa y amorosa contemplación próxima de los humildes frutos de la naturaleza que ofrecerá en sus sobrios bodegones sin elementos ricos y sin excitaciones a la gula.

La sequedad de ese paisaje terroso de Orgaz y la escasez del agua para beber -teniendo que llevar el grano a los molinos del Tajo a cinco leguas- es una experiencia infantil que se quedaría en la subconsciencia de Sánchez Cotán y que como deseo reprimido se manifiesta en su pintura. De esa realidad de la sequedad del pueblo habla una descripción manuscrita del siglo XVIII: «no hai fuente alguna, a escepción de la que llaman fuente Ramiro que está un quarto de legua, por lo que no se hace uso de ella, y sólo beben los vecinos de un pozo que contiene agua dulce y saludable». En la citada relación se precisa a este respecto, en el punto veintitrés lo siguiente: «En el pueblo hay pozos dentro de él en todas las casas, son salobres, beben el agua dulce de pozos que hay en los arrabales extramuros, las moliendas son en el Tajo»... (2). Todo ello parece aclarar -por la fuerza de la nostalgia, de algo vivamente deseado y contenido en la infancia- el porqué de la fruición y gusto con que los ojos del pintor, como sedimentos, se entregan a la pintura de esos fondos de paisajes, de frondosidad y verdura, siempre animados por el correr de las aguas de ríos, cascadas y arroyuelos.

Allí en su tierra, a la vista de tablas y lienzos de retablos y al estímulo de algún modesto pintor y, sobre todo, viendo la actividad de las próximas canteras con la saca para las obras que ordinaria y continuamente se hacían en la Santa Iglesia Primada (3) sentiría acuciante la ilusión de la marcha a Toledo. Pensaría que allí podía encontrar ambiente para sus ilusiones de artista y para su espíritu recogido y devoto. La riqueza de su catedral y las iglesias y conventos que se multiplicaban o enriquecían, concretamente por esos años, era una promesa segura de trabajo para quien, como Juan Sánchez Cotán, sentía la vocación de pintor religioso. Además, la reconocida religiosidad de sus habitantes permitía seguridad de encargos, también pensando en el pequeño cuadro de devoción para el hogar, un género al que siempre se sintió inclinado el artista toledano. Granada -a cincuenta y dos leguas, pero de cuya Chancillería dependía Orgaz- se le ofrecería como algo muy remoto, lejano e inquietante a través del brillo y color de los romances fronterizos y moriscos, y de los relatos de los viajeros que procedentes de Andalucía hacían parada en el pueblo y, sobre todo, por lo oído a aquellos andaluces que iban a Orgaz a vender aceite o en busca de las muchas y buenas estameñas -en gran parte serían para monasterios y conventos que en sus

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Portada del libro de E. Orozco

innumerables telares se fabricaban. Es posible que a alguno de estos andaluces compradores de estameñas para hábitos de frailes y monjas le oyera hablar de la Cartuja de Granada cuyas obras continuaban entonces con gran actividad. No olvidemos que en dicha relación se dice de la situación de Orgaz: «Es pueblo pasajero, está en camino real de Sevilla y Granada y toda la Andalucía para los que caminan de Castilla la Vieja y reino de Toledo y Madrid y su tierra para la dicha Andalucía",(4). Su vocación artística y la atracción de la próxima ciudad con su actividad constructora y muchas obras de pintura llevarían muy pronto a Cotán, según lo normal entonces, a emprender la marcha en busca de trabajo y de maestro, hasta terminar como aprendiz en el taller de Blas de Prado.

(1) Véase Carmelo Viñas y Ramón Paz: Relaciones Históricogeográfico-estadísticas de los pueblos de España hechas por iniciativa de Felipe Il. Reino de Toledo. (Segunda parte), Madrid, 1983, pp. 195 y ss.

(2) Descripción de los lugares de Toledo. Ms. del siglo XVIII. Biblioteca Pública de Toledo, núm. 84

(3) Op. cit., en la nota anterior.

(4) Ídem.

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Tomado de OROZCO DÍAZ, E.: El pintor Fray Juan Sánchez Cotán.- Granada: Universidad de Granada - Diputación de Granada, 1993, p. 35-37

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