El Profesor Orozco en su magnífica monografía dedicada al pintor orgaceño,
hace esta descripción de nuestra villa.
Nace
Juan Sánchez Cotán, en 1560, en Orgaz, una vieja
villa del sur de la provincia de Toledo, distante cinco leguas
de la capital. En esos años esta villa había perdido
mucho de su pasada importancia y grandeza medieval. El recuerdo
de este noble pasado nos hace
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Orgaz |
pensar
en el virtuoso señor de Orgaz inmortalizado por el Greco
en el gran lienzo de la iglesia
toledana de santo Tomé, donde le vemos en el momento en
que milagrosamente san Agustín y san Esteban le están
dando sepultura por sus muchas bondades. Y todo ello nos lo hace
evocar -al contemplar el pueblo, la visión impresionante
de un enorme y plomizo castillo que parece aplastar con el peso
de sus piedras berroqueñas y de sus muchos arios, el bajo
y modesto caserío y tapiales que se extienden como derramados
por la llanura. El templo parroquial -hoy gallarda y briosa torre
del último churrigueresco- fue dedicado también
-como la citada iglesia de Toledo- a santo Tomé apóstol.
El pueblo en la época de Cotán, seguía perteneciendo
al Conde de Orgaz, quien ponla y daba su salario al alcaide. A
él correspondía, pues, la jurisdicción de
la villa y las rentas que le producía valdrían unos
cuatrocientos o quinientos mil maravedíes.
Toda
esa información se recoge, entre los varios puntos a que
tuvieron que contestar los vecinos nombrados con dicho fin, en
la Relación hecha en 1576, «en respuesta de los capítulos
en que en nombre de Su Magestad se piden para la descripción
e historia del reino de España», esto es, de Felipe
II (1). Al describir la villa, hablan de esa fortaleza dentro
de los muros y también de cómo estaba cercada «de
una muralla de tierra de ancho de cinco pies y de seis varas de
alto, aunque por muchas partes estaba caída». Y también
mencionan en la plaza «una torre, la cual en su manera parece
antiquísima. ..fabricada de piedra berroqueña y
cal... de treinta varas de largo y trece de ancho... muy arruinada».
Las casas en su mayoría -dice la relación- «eran
con altos y baxos»; «los materiales de que están
edificadas con piedra berroqueña, los cimientos con cal
y arena, son de tapiería y hormigón ... »
«excepto la madera -dice- que se tray de Cuenca».
La
vecindad de Orgaz en esa fecha era de setecientos vecinos poco
más, de los cuales -dice la relación- trescientos
habian aumentado en veinte y cinco años. La mayor parte
de ellos eran labradores; y nos precisa el mismo escrito: «hay
hidalgos como quince o veinte de ellos; hay algunos mozárabes
que disen ser esentos de pecherias». La vida de la villa
respondía a ese tono de modesto nivel social, sin nada
de lujos ni excesos de bienes de ninguna clase. Como se dice en
dicha relación «la gente de la dicha villa tienen
medianamente lo que han menester y viven los más de labor
y obraje de lana y lábranse paños veinticuatrenos
pardos y blancos y muchas xerguillas frayleras»... Lo esencial
de la cosecha que se recogía era «medianamente trigo
y candeal y cebada»; además «tienen mucho ganado
ovejunos y cabrios que abundan por los contornos». Aunque
dice, «tennía abundancia de leña para la vecindad»,
había de proveerse de ella «de un monte pardo baxo
que tiene al mediodía, en el cual -agrega- se crian perdices
y conejos». Este monte es la élevación más
importante que se alza suavemente en la visión de horizontalidad
con que se nos ofrecen el pueblo y su contorno.
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Autorretrato
de Juan Sánchez Cotán
(1º a la derecha) |
A
la vista de este adusto paisaje -y de este modesto vivir- como
tantos otros castellanos, se explica bien el surgir de un arte
tan honrado, sencillo y tranquilo como el de Cotán, y también,
el arranque espiritual de un alma que luchando por no atenerse
y hundirse en lo terreno, mira ansiosa hacia el cielo y mira también
a la humilde realidad que le rodea, con el cariño y amor
de quien encuentra en sus perfecciones y bellezas un escalón
para mejor ascender hacia la divinidad que busca.
La
mirada de niño de Juan Sánchez Cotán recogió,
pues, de una parte, la vida tranquila y apagada del pueblo, ya
venido a menos, y de otra contemplaría gozoso los sencillos
quehaceres del campo -de abundantes cosechas de trigo y de vino-
con la alegría tranquila de los estíos en las eras
y los otoños en los viñedos; todo bajo una luz clara
e igual, sin matices ni color, acentuadora de la monotonía
y orden de su paisaje, de espesos trigales, geométricas
hileras de viñas y unos muy escasos grupos de grisáceos
olivos. La sobriedad de ese adusto paisaje se refuerza con la
nota gris del granito que asoma espaciadamente en algunos puntos
de la llanura. Con ello nos acentúa la sensación
de que todo, sembrado, caserío y tapiales está hundiéndose
en la tierra. Esa misma sencillez y parquedad de sólo lo
suficiente encontraría en el hogar, en la mesa, en el ajuar
y en las ropas. Y de allí pudo ya arrancar el amor de Cotán
a lo humilde y a lo natural y elemental que ostenta su pintura;
todo unido al vivir acompasado de ese inmenso campo al que el
pueblo, con sus bajos y largos tapiales, parece entregarse sin
fuerzas. Esta profunda experiencia y sentimiento de vivir de cerca
el ritmo de la naturaleza, quedaría en su sensibilidad
infantil como un sedimento que resurge vigoroso en su vida de
cartujo; primero -tras breve estancia en Granada- rodeado de las
altas montañas, que se encumbran en el pico de Peñalara,
y envuelto por la espesura y frondosidad del valle en que se asienta
el Paular; y más tarde -vuelto a la cartuja andaluza- al
sentirse inmerso en el lujurioso paisaje granadino todo frondosidad,
color, variedad y brillantez contrastando con el gran fondo de
Sierra Nevada. Y en algo puede explicarnos también su vida
de niño en Orgaz la morosa y amorosa contemplación
próxima de los humildes frutos de la naturaleza que ofrecerá
en sus sobrios bodegones sin elementos ricos y sin excitaciones
a la gula.
La
sequedad de ese paisaje terroso de Orgaz y la escasez del agua
para beber -teniendo que llevar el grano a los molinos del Tajo
a cinco leguas- es una experiencia infantil que se quedaría
en la subconsciencia de Sánchez Cotán y que como
deseo reprimido se manifiesta en su pintura. De esa realidad de
la sequedad del pueblo habla una descripción manuscrita
del siglo XVIII: «no hai fuente alguna, a escepción
de la que llaman fuente Ramiro que está un quarto de legua,
por lo que no se hace uso de ella, y sólo beben los vecinos
de un pozo que contiene agua dulce y saludable». En la citada
relación se precisa a este respecto, en el punto veintitrés
lo siguiente: «En el pueblo hay pozos dentro de él
en todas las casas, son salobres, beben el agua dulce de pozos
que hay en los arrabales extramuros, las moliendas son en el Tajo»...
(2). Todo ello parece aclarar -por la fuerza de la nostalgia,
de algo vivamente deseado y contenido en la infancia- el porqué
de la fruición y gusto con que los ojos del pintor, como
sedimentos, se entregan a la pintura de esos fondos de paisajes,
de frondosidad y verdura, siempre animados por el correr de las
aguas de ríos, cascadas y arroyuelos.
Allí
en su tierra, a la vista de tablas y lienzos de retablos y al
estímulo de algún modesto pintor y, sobre todo,
viendo la actividad de las próximas canteras con la saca
para las obras que ordinaria y continuamente se hacían
en la Santa Iglesia Primada (3) sentiría acuciante la ilusión
de la marcha a Toledo. Pensaría que allí podía
encontrar ambiente para sus ilusiones de artista y para su espíritu
recogido y devoto. La riqueza de su catedral y las iglesias y
conventos que se multiplicaban o enriquecían, concretamente
por esos años, era una promesa segura de trabajo para quien,
como Juan Sánchez Cotán, sentía la vocación
de pintor religioso. Además, la reconocida religiosidad
de sus habitantes permitía seguridad de encargos, también
pensando en el pequeño cuadro de devoción para el
hogar, un género al que siempre se sintió inclinado
el artista toledano. Granada -a cincuenta y dos leguas, pero de
cuya Chancillería dependía Orgaz- se le ofrecería
como algo muy remoto, lejano e inquietante a través del
brillo y color de los romances fronterizos y moriscos, y de los
relatos de los viajeros que procedentes de Andalucía hacían
parada en el pueblo y, sobre todo, por lo oído a aquellos
andaluces que iban a Orgaz a vender aceite o en busca de las muchas
y buenas estameñas -en gran parte serían para monasterios
y conventos que en sus
Portada
del libro de E. Orozco |
innumerables
telares se fabricaban. Es posible que a alguno de estos andaluces
compradores de estameñas para hábitos de frailes
y monjas le oyera hablar de la Cartuja de Granada cuyas obras
continuaban entonces con gran actividad. No olvidemos que en dicha
relación se dice de la situación de Orgaz: «Es
pueblo pasajero, está en camino real de Sevilla y Granada
y toda la Andalucía para los que caminan de Castilla la
Vieja y reino de Toledo y Madrid y su tierra para la dicha Andalucía",(4).
Su vocación artística y la atracción de la
próxima ciudad con su actividad constructora y muchas obras
de pintura llevarían muy pronto a Cotán, según
lo normal entonces, a emprender la marcha en busca de trabajo
y de maestro, hasta terminar como aprendiz en el taller de Blas
de Prado.
(1)
Véase Carmelo Viñas y Ramón Paz: Relaciones
Históricogeográfico-estadísticas de los pueblos
de España hechas por iniciativa de Felipe Il. Reino de
Toledo. (Segunda parte), Madrid, 1983, pp. 195 y ss.
(2)
Descripción de los lugares de Toledo. Ms. del siglo XVIII.
Biblioteca Pública de Toledo, núm. 84
(3)
Op. cit., en la nota anterior.
(4)
Ídem.
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Tomado
de OROZCO DÍAZ, E.: El pintor Fray Juan Sánchez
Cotán.- Granada: Universidad de Granada - Diputación
de Granada, 1993, p. 35-37 |